
Por causas de fuerza mayor, o mejor dicho, por ser tan linda y buena gente como lo soy, ayer y hoy cedí mi perimóvil al perinovio, amo y señor de los periquillos, pues su carro tuvo unos desperfectos y le resulta muy difícil, trasladarse a su trabajo, ya que queda hasta la chingada, a donde los taxistas, si quieres llegar, te salen con que cobran una tarifa que va desde los 150 a 300 pesillos.
Entonces, como mi perijob se encuentra al alcance de todos los destinos, es más viable que yo pida el agradable y divertido servicio de taxis.
Qué aventura!, en primera, al subir, lo que más me encanta, es que el taxista por ser taxista, lleva implícita la orden de que te súper urge llegar a tu destino, así que apenas pones la nalga en el asiento y éste ya metió cuarta.
Yo, por el instinto de supervivencia que nos caracteriza a todos los animales (no olvidar que soy un periquillo), me transformo en gato y clavo mis uñas en el techo del carro y en el asiento, no vaya a ser que me salga por la ventanilla, pues aunque le aclares que no corres con prisa, el taxista, orgulloso de serlo, te dirá que así maneja siempre y que tiene todo fríamente calculado, o en su defecto, te dirá que te bajes al carajo si no te gusta como maneja.
No obstante de estar tratando de sobrevivir, al taxista se le ocurre sacar plática, aún de los monosílabos con los que le contesto y con los cuales, cualquier persona con sentido común, entendería que no tengo la intención de mantener un dialogo; pero no, el individuo empieza a hacer un resumen de su vida, aclarando que él era un hombre muy exitoso, pero que por jugarretas del destino y gente mala, lo despidieron de la empresa para la que trabajaba y como quedó harto de seguir órdenes, entendió que siendo taxista, podría ser, si!, adivinen que!, su propio jefe!.
Entonces, como mi perijob se encuentra al alcance de todos los destinos, es más viable que yo pida el agradable y divertido servicio de taxis.
Qué aventura!, en primera, al subir, lo que más me encanta, es que el taxista por ser taxista, lleva implícita la orden de que te súper urge llegar a tu destino, así que apenas pones la nalga en el asiento y éste ya metió cuarta.
Yo, por el instinto de supervivencia que nos caracteriza a todos los animales (no olvidar que soy un periquillo), me transformo en gato y clavo mis uñas en el techo del carro y en el asiento, no vaya a ser que me salga por la ventanilla, pues aunque le aclares que no corres con prisa, el taxista, orgulloso de serlo, te dirá que así maneja siempre y que tiene todo fríamente calculado, o en su defecto, te dirá que te bajes al carajo si no te gusta como maneja.
No obstante de estar tratando de sobrevivir, al taxista se le ocurre sacar plática, aún de los monosílabos con los que le contesto y con los cuales, cualquier persona con sentido común, entendería que no tengo la intención de mantener un dialogo; pero no, el individuo empieza a hacer un resumen de su vida, aclarando que él era un hombre muy exitoso, pero que por jugarretas del destino y gente mala, lo despidieron de la empresa para la que trabajaba y como quedó harto de seguir órdenes, entendió que siendo taxista, podría ser, si!, adivinen que!, su propio jefe!.
Para cuando termina de decir eso, yo siento que el nivel de mi zurramiento ya va cerca del ocho en la escala del uno al diez, pues he visto por lo menos veinte carros a escasos dos centímetros de mí cara, escuchado cinco mentadas de madre y treinta invasiones de carril, todo eso a la prudente y módica velocidad de cien kilómetros por hora.
Sin embargo, es una bonita experiencia porque me he sentido una verdadera kamikaze, he percibido el olor a muerte; además, he llegado toda despeinada a mi destino y con la urgencia de beber un te de tíla, para bajar la adrenalina.
-Qué tenga buen día señorita! Me grita alegremente el taxista, al bajar.
Si un gato muereeeee!, en tono vandálico y de mentada de madre, digo para mis adentros y suspiro aliviada de saberme sana y a salvo.
En la tarde se repite la misma historia, pero para esa hora estoy mentalizada en mi papel de James Bond, volviendo a desafiar la muerte.
Sin embargo, es una bonita experiencia porque me he sentido una verdadera kamikaze, he percibido el olor a muerte; además, he llegado toda despeinada a mi destino y con la urgencia de beber un te de tíla, para bajar la adrenalina.
-Qué tenga buen día señorita! Me grita alegremente el taxista, al bajar.
Si un gato muereeeee!, en tono vandálico y de mentada de madre, digo para mis adentros y suspiro aliviada de saberme sana y a salvo.
En la tarde se repite la misma historia, pero para esa hora estoy mentalizada en mi papel de James Bond, volviendo a desafiar la muerte.